jueves, 24 de marzo de 2011

Un sueño.

Siempre pensé que algún día una calabaza se convertiría en una carroza y esperaría en mi portal. Yo me pondría mis zapatitos de cristal, mi vestido blanco inmaculado, todavía por estrenar, qué mejor noche que ésa para lucirlo por primera vez. Un ratoncito, ya convertido en persona por algún hada madrina, conduciría el carro tirado por dos hermosos caballos blancos con las crines ondeando a causa del leve viento que se había levantado; llegaríamos a un palacio, un palacio construido con ilusión, ingenuidad, emoción...con todo menos con realidad. Entraría al vestíbulo, arrastrando ligeramente el vestido por aquella moqueta roja que cubriría el suelo, contemplaría todo lo que me rodease, hasta el más mínimo detalle, quiero aferrarme a ese sueño. De repente suena un reloj, las doce. Me apresuro para llegar a casa antes de que la carroza vuelva a ser calabaza y antes de que el conductor vuelva a ser ratón; pero en mi camino pierdo algo, uno de mis zapatos, no tengo tiempo para recogerlo, se queda sobre aquella moqueta del vestíbulo. Entro en la carroza, y volvemos a casa justo a tiempo, justo cuando suena mi despertador. Alargo el brazo, desconecto la alarma, todo ha sido un sueño, como siempre. Hay varias bolsas cerca de mi armario. Me levanto. La primera, en ella hay un vestido blanco, nuevo, me lo pruebo, justo arrastro el borde. La segunda, unos zapatos de cristal, de mi talla. Quizá ese día todavía pueda llegar...