viernes, 27 de febrero de 2015

Hey Soul Sister.

-Cuando me vaya voy a echarte mucho de menos.

-Aunque no sea tan amenudo, nos veremos. Estoy segura.

-Me costará mucho acostumbrarme a no verte por las mañanas, a no darte los buenos días. Me faltará tu carita de sueño, y tu nariz roja en invierno.-Rieron.-Echaré de menos los abrazos capaces de sanar cualquier herida, por profunda que sea. Y nuestras tardes, nuestro sentido del humor, nuestras conversaciones interminables. Y nuestros sueños, nuestros planes imposibles. Todo eso me hará mucho daño cuando me vaya. Y sé que la nostalgia se apoderará de mí cuando recuerde cada sonrisa, cada dolor de estómago causado por tanta carcajada, incluso cuando recuerde la más amarga de las lágrimas que haya salido de nuestros ojos. Todas las veces que has sido mi mayor apoyo y las veces que yo pude ser y fui el tuyo. Confesiones de cosas que solo tú y yo sabemos. Los secretos mejor guardados. Esto tan grande que hemos construido a base de paciencia y de querernos sin juzgarnos, sin prejuicios y sin tapujos. Hacernos mejores personas. Reírnos cuando nadie más encuentra la gracia al chiste. Conocernos mejor que nadie, confiar como en nadie. No quiero dejar todo esto atrás.

-No lo dejaremos. Estaré aquí para cuando vuelvas. Y será como siempre y seremos como nunca. De eso trata esto, ¿no? De crecer juntas pese a todo.

Se abrazó a aquellos ojos azules que caminaban a su lado.

"Si la distancia es el olvido,
haré puentes con tus abrazos.
Pues lo que tú y yo hemos vivido
no son cadenas, ni siquiera lazos;
es el sueño de cualquier amigo,
es pintar un 'te quiero' a trazos
y secarlo en nuestro regazo."

 
 

sábado, 21 de febrero de 2015

Componiendo

-Deja de cantar esa estúpida canción.
Hizo una pausa para sonreír y abrazarlo por la espalda, y siguió la serenata, pero esta vez más bajito y a su oído.
Él sacó una bandera blanca como la voz de ella y se rindió a las palabras que resbalaban en sus labios para más tarde acariciar su oreja y estremecer su interior.
Cerró los ojos y, siguiendo el compás de aquella banda sonora, comenzó a besar los brazos de ella.
Decidieron introducir una pausa dramática y se besaron como si nunca antes se hubiesen besado. Y esos son los mejores besos.
Sus corazones latían estrepitosamente en todos y cada uno de los rincones de sus cuerpos. Aquel boom-boom podía oírse a dos manzanas de distancia. O incluso tres. 
Se despojaron de Zara, de Springfield y de alguno más.
Él vio la entrada al Paraíso cuando ella separó sus rodillas.
Y no hubiese sido de buen gusto rechazar la invitación.
Entró.
Los dedos de ella se posaron en su espalda y se contraían y se relajaban como si acariciase las teclas de un piano.
Ella hacía los agudos y él, la acompañaba por lo bajo.
La barbilla de ella se sentía vibrar cuando él conseguía el tempo perfecto.
Al final, ambos entonaron, a la vez, la misma nota.

-Acabamos de escribir la canción más bonita del mundo.-Le dijo.


lunes, 9 de febrero de 2015

Qué mala suerte la de aquel gato negro, solo se cruzaba con desgraciados

Acaricia el lomo de aquel gato negro y percibe su dulce y melódico ronroneo. Se levanta del sillón, dejando el libro que tenía entre sus manos en la mesa, cambiándolo por una taza de café a la que da un largo sorbo de camino a la ventana. Está amargo y esta vez no ha sido un despiste, esta vez no ha olvidado el azúcar.
Contempla cómo el valle se abre a los pies de su casa iluminado a penas por unas cuantas estrellas valientes que resisten a la niebla y la luz del porche, en el que reside una hamaca que todavía no se ha atrevido a estrenar. Cierra los ojos para dar otro sorbo al café y cuando los abre, sorpresa, todo sigue igual.
Bueno, exactamente igual no,  Faraón se ha dormido al calor de la chimenea que chisporrotea sin interrumpir demasiado.
Apura la taza que deja en la mesa y decide que por hoy ya ha sido demasiado.
Acaricia muy suavemente la cabeza de Faraón para desearle unas buenas noches y abandona el salón.
En la entrada, coge su cazadora que imita a la piel de cualquier animal que él no estaría dispuesto a sacrificar para abrigarse, las llaves y sale casi sin hacer ruido.
La primera bocanada de aire condensa y él, como un niño divertido, expulsa otra para que siga el mismo camino que su compañera. Pero pronto recuerda que este invierno hace más frío que el anterior.

Y lo mucho que le gustaba a ella la libertad. Una casa con porches, con una hamaca donde poder leer tumbada al Sol, con flores de colores en las ventanas de la segunda planta, con vistas a la montaña. Y la libertad, cuánto le gustaba la libertad.

Por hoy ya ha sido demasiado fuerte y va a rendirse un rato, antes de acostarse en aquella cama que le queda grande para intentar dormir.

A ella no le gustaba Faraón y por eso se fue (o eso se obliga a creer). Por eso, ahora que Faraón no lo ve, ha decidido apretar la herida hasta que salga algo de pus.
Ella decía que daba mala suerte.
Se acerca a la hamaca, con paso lento, tan lento que se diría que no está avanzando. Pero lo está haciendo, y mucho.
Una vez tan cerca que podía tocarla, descubrió que en ella había pelos negros. Faraón.

Sonrió.

Entró en casa y él no se había enterado de nada.
Volvió a acariciarle el lomo.
-Tú no das mala suerte, amigo mío.