miércoles, 30 de diciembre de 2015

Solo la ternura salvará el mundo

       La sensación de frío comienza a desaparecer de su piel entumecida, toda esa humedad que cae sobre sus hombros carece ya de cualquier importancia. Tampoco tiene sensibilidad en las manos y, para asegurarse de que sigue con ella, mira hacia abajo y la ve: el pelo oscuro algo revuelto y las mejillas todo lo sonrojadas que le permite su piel morena, parecen capaces de cortarte si las acaricias. Sin embargo, lo hace. Se agacha y, con el dedo pulgar de su mano derecha, le limpia una pequeña mancha de barro y siente llevarse con ella buena parte de su inocencia. Aunque no haya sido así, se siente culpable.

       Vuelve a erguirse y sus pies siguen el mismo camino que los demás. Inercia. El hambre parece estar rasgando su interior y el miedo se siente como todos los pares de pies de Occidente sobre su pecho. Pero no puede llorar y no es el momento para gritar.

       Y, aunque la noche está tranquila, la persigue el estruendo desgarrador de todos aquellos que no han podido huir.

       Piensa que tiene suerte. Pero han llegado a otra frontera. Está cerrada, por supuesto. Y, paradas delante de ella, muchas personas que visten un traje oscuro, se protegen con cascos y guardan sus prejuicios tras un escudo transparente. Como si ellos no quisiesen paz. Como si ellos no huyesen de una guerra. Como si aquellos soldaditos tan bien colocados no entendiesen que, para ganar esta partida, deberían abrazarlos a todos.

       El ambiente comienza a convulsionarse y se dan los primeros disturbios y se gastan las ganas de luchar en las filas más alejadas de la valla mientras que, en las filas más adelantadas, arde la rabia. La imagen consigue ulcerarle el corazón. Un poquito más.

       Pero recupera la sensibilidad en las manos, quizás porque ha vuelto a hervir su sangre, y nota cómo su pequeño tesoro intenta llamar su atención con unos suaves toquecitos sobre el reverso de su mano izquierda. Mira hacia abajo, es decir, la mira. Ve cómo ella le señala un pequeño charco que no está muy lejos y dispara, sí, dispara, su curiosidad:

-Mamá, ¿cómo han conseguido meter la Luna ahí dentro?

Y, llorando, se agacha a abrazarla.
Es el momento de gritar.



domingo, 13 de diciembre de 2015

Bon Nadal

          Barcelona. Es un día de diciembre con complejo de uno de mitad de marzo. Parada en la calle, apoyada en un escaparate. Está algo cansada. Son poco más de las seis de la tarde, pero ya ha oscurecido. Desde donde se encuentra, puede ver perfectamente cómo los operarios del Ayuntamiento colocan las luces. Ya no queda nada para Navidad. Este año también repetirá plan.
          Hoy hay mucha gente paseando por Rambla Cataluña, pero pocos son los que se detienen a hacer fotos, pocos son los que reparan en ella, pocos son los que se paran.
           Ella se ha fijado en ese niño pequeño que se ha quedado un poco rezagado y al que sus padres esperan un par de metros más adelante, y en aquella pareja que se quiere tanto, y en ese grupo de amigas que escuchan atentamente a la que está en el extremo de la izquierda y de repente se deshacen en carcajadas, y en ese chico joven que va en bicicleta y ha tenido que frenar porque una mujer despistada no se ha fijado en el carril, y en esa madre y su hija que salen de aquella tienda con un par de bolsas. Es muy observadora.
         Hoy no lleva bufanda, ni guantes. Y agradece que la temperatura acompañe. Aunque siempre le ha divertido exhalar con fuerza todo el aire de sus pulmones y que condense al instante.
              Su estómago le avisa. Pero sabe que la cena de hoy, igual que la de ayer, se hará esperar. Y empieza a contar. El día de hoy no ha sido muy productivo.
           Todavía con la cabeza agachada, escucha unos pasos acercarse. Levanta la vista. Es el niño pequeño de antes. Le ofrece una bolsa que llevaba entre sus manos:
-¡Bon Nadal!-le dice. Y vuelve con sus padres, que observan la escena a un par de metros.
          Ella abre la bolsa. Hay dos tabletas de turrón de chocolate, galletas, batido, un bocadillo caliente y una postal.
-Bon Nadal.-Susurra con el corazón inundado de ternura.