martes, 22 de mayo de 2012

"Cuánto daría yo por tener solo un momento, un poquitito de tiempo..."

Arrepentimiento. Ese sentimiento que en algún momento todos hemos tenido. Esa rabia por haber decidido mal. Esa impotencia por no poder cambiar las cosas. Notar que ya es tarde, que lo que digas ahora ya no importa. Sentir cómo os alejáis, poco a poco, lentamente, como más duele. Cargar con tu decisión sobre la espalda, bueno, con ella y con sus consecuencias. Quitarte el peso de encima con lágrimas que no van a curar nada. Odiarte por hacer caso a la razón y no al corazón. Notar cómo mueren planes que ni si quiera habían nacido. Besos marchitos en tus labios esperan que vuelva, pero no lo hará, ha pasado mucho tiempo ya. Un viaje en el tiempo, solo uno, y poder callar tú razón y la suya con un beso, y cambiar toda vuestra historia...
 Todo lo que un beso podría haber cambiado, es todo lo que ahora echas de menos.

lunes, 21 de mayo de 2012

"Y ahora que estás lejos, yo te deseo como el aire"

Rechazó aquella oportunidad. No la perdió, ni la olvidó. La rechazó. No sabe cuánto le duraría a él su mal, pero la herida de ella sigue abierta, y cada beso es como una taza de alcohol en la misma. Cada beso en los que ella busca los que un día rechazó.  Cada perfume de hombre que la impregna y que no es igual que el que un día rechazó. Cada abrazo que no la estrecha  del mismo modo que un día lo hizo un amor disfrazado de amistad. Cada "me importas, de verdad" que no supo interpretar. Cada indirecta que no tomó en serio. Cada vez que callaba porque se daba cuenta de que ella empezaba a quererle y tenía miedo de que él no lo hiciese. Cada vez que saludaba con un "hola" cuando pensaba "¿sabes? Me matan las ganas de consumir tu tiempo con besos". Cada vez que no lo miraba a la cara por miedo a que él leyese en sus ojos todo lo que pasaba en su corazón, todo lo que él provocaba en ella. Cada despedida con dos besos protocolarios que rozó las comisuras de sus labios. Cada vez que ella tenía agujetas en el estómago por lo mucho que él le había hecho reír la noche anterior. Cada vez que respiró después de que él lo hubiese hecho, para sentirlo dentro. Cada vez que estaban sentados juntos e ignoraron lo que su corazón les pedía. 
Cada mañana, al despertar, ella se acuerda de aquel día en el que él la fue a buscar con una rosa y ella no salió de casa, y de esos labios que nunca tendrá.
 "No puedo seguir buscando tu aroma en el viento, no puedo mentir ni ocultar lo que siento"

jueves, 17 de mayo de 2012

"Cuando lloras, me derrumbo y no me sale fingir..."

Intentar expresar con abrazos lo que las palabras no saben cómo decir. Sentir una empatía tan grande hacia una persona que hasta duele. Retener tus propias lágrimas para evitar animar las suyas. Estrecharla entre tus brazos para que vea lo grande que es para ti, y que compartes su dolor, igual que otros días te tocó compartir su alegría. Querer decir un montón de frases optimistas para volver a ver una de sus sonrisas, pero ver que su disgusto se convierte también en tuyo. Pensar en los recuerdos felices que tenéis en común para poder comentarle alguno, para intentar distraerla, pero el temblor de sus brazos rodeando tu espalda te cortaba la voz. Notar cómo se humedecía tu hombro a causa de la caída de sus lágrimas. Querer demostrarle con tu presencia que los momentos difíciles serán momentos difíciles a tu lado, igual que lo fueron los no tan difíciles. Esa necesidad tan grande que sientes de apartar a tu amiga del mundo y de los problemas, de querer calmar su desazón, de cortar de raíz su mal, solo es un hecho que en esos momentos te hace sentir impotente al ver cómo te abraza con tantas fuerzas.
N&M

domingo, 13 de mayo de 2012

"Llevaba uno de sus sombreros hipsters..."

Vestía sus pantalones rotos de cintura baja con un cinturón nada ajustado que dejaba ver sus slips con el dibujo de la bandera del Reino Unido y una de sus camisetas de tirantes dos tallas más grande. Llevaba bajo el brazo su skate y puesto el brazalete de conchas que yo misma le regalé. Su pelo: largo y alborotado, como siempre. Llevaba uno de sus sombreros hipsters y sus gafas de sol negras. En sus labios se posaba un cigarrillo, como en numerosas ocasiones lo había hecho mi pasión. ¿Su mejor complemento? Una chica. Una chica estaba pegada a su cintura y él la rodeaba con su brazo. Intercambiaban risas y caladas. Decidí no cruzar de acera, tenía ganas de verle. Él reparó en mí. 
-Hola.-un saludo protocolario, por todo lo que hubo antes de ella.
-Hola.
A pesar de estar fumando, el olor del tabaco no había podido con el de su colonia, esa que tantas veces había impregnado mi cuello después de uno de sus abrazos. Él seguía igual: su voz rasgada, sus manos fuertes, su seguridad, su sonrisa, el ruido de sus besos, todo. 
Ni si quiera una llamada a los bomberos donde un día hubo un incendio.
 Ahora entiendo eso de que hay oportunidades únicas. Pero tenía ganas de verlo, y lo vi.

"Escapó desnuda, tirando el vestido a la calva del cura"

Sudores de esos que te mojan las manos, de esos que van acompañados de temblores y algún que otro espasmo. Dudas. De esas que han tirado decisiones que se creían firmes y que han arrebatado andamios a esas que estaban por construir. Sonrisas que se crean con el único fin de tranquilizar a otra persona. Inseguridad. Sí, era eso: inseguridad. Miradas que recorrían la iglesia, los invitados, las flores, el altar; pero que no eran capaces de mirar a la persona que tenían enfrente. Todo aquello que habían preparado con tanta ilusión y que solo sería una fecha más para recordar, por un motivo o por otro. El ramo de flores oscilaba en sus manos suaves, ya que la ocasión lo merecía, adornadas con una fina manicura francesa. Pero, ¿la ocasión la merecía a ella también? Era esa la pregunta que no podía salir de su mente, camuflada en un recogido que estilizaba su cuello. Pareció tan segura cuando él se lo preguntó aquel día. Entonces ella no conocía el significado de la palabra duda. Pensó primero en ella, y por eso, algunos la tildaron de egoísta. Pensó que no sería justo para ella vivir una vida que, de momento, parecía que no iba a gustarle. Después, pensó en él. Pensó en cuánto le gustaba que deslizase la yema de sus dedos por su espalda para despertarla después de dormir abrazada a su piel. Pensó en los días de lluvia que habían pasado comiendo calorías en el salón delante de la televisión. Pensó en una escapada a una casa rural que él le regaló para su cumpleaños. Pensó en las veces que habían cogido el coche sin saber a dónde iban, porque el sitio no importaba si estaban ellos dos. Pensó en las tardes de cine y el día en el que le enseñó a jugar a los bolos, el día que se conocieron. Pero pensó también en el día que discutieron por primera vez, en las veces que se hablaron gritando, por muy pocas que fuesen, ella las recordaba todas. Pensó también en el día en el que casi vuelve a casa de sus padres. Pensó en las veces que ese amor le había hecho llorar. 
De repente, todos los invitados se quedaron con la boca abierta. Ella dejó caer su ramo al suelo. Sus ojos, humedecidos, pudieron por fin mirar el rostro que la amaba. Vio la cara a la que había entregado sus tres últimos años. Pero algo cambió en ella. Su semblante se volvió serio. Miles de lágrimas emprendieron el abordaje a aquellos ojos. Una de ellas, la más valiente, se atrvió a caer, impactando sobre su corbata, dejando mancha. Ella se despojó de su vestido y de sus zapatos y de aquella vida a la que no le convenía estar atada.

 Igual que aquella lágrima dejó mancha en su corbata, también lo hizo en su corazón.