miércoles, 30 de diciembre de 2015

Solo la ternura salvará el mundo

       La sensación de frío comienza a desaparecer de su piel entumecida, toda esa humedad que cae sobre sus hombros carece ya de cualquier importancia. Tampoco tiene sensibilidad en las manos y, para asegurarse de que sigue con ella, mira hacia abajo y la ve: el pelo oscuro algo revuelto y las mejillas todo lo sonrojadas que le permite su piel morena, parecen capaces de cortarte si las acaricias. Sin embargo, lo hace. Se agacha y, con el dedo pulgar de su mano derecha, le limpia una pequeña mancha de barro y siente llevarse con ella buena parte de su inocencia. Aunque no haya sido así, se siente culpable.

       Vuelve a erguirse y sus pies siguen el mismo camino que los demás. Inercia. El hambre parece estar rasgando su interior y el miedo se siente como todos los pares de pies de Occidente sobre su pecho. Pero no puede llorar y no es el momento para gritar.

       Y, aunque la noche está tranquila, la persigue el estruendo desgarrador de todos aquellos que no han podido huir.

       Piensa que tiene suerte. Pero han llegado a otra frontera. Está cerrada, por supuesto. Y, paradas delante de ella, muchas personas que visten un traje oscuro, se protegen con cascos y guardan sus prejuicios tras un escudo transparente. Como si ellos no quisiesen paz. Como si ellos no huyesen de una guerra. Como si aquellos soldaditos tan bien colocados no entendiesen que, para ganar esta partida, deberían abrazarlos a todos.

       El ambiente comienza a convulsionarse y se dan los primeros disturbios y se gastan las ganas de luchar en las filas más alejadas de la valla mientras que, en las filas más adelantadas, arde la rabia. La imagen consigue ulcerarle el corazón. Un poquito más.

       Pero recupera la sensibilidad en las manos, quizás porque ha vuelto a hervir su sangre, y nota cómo su pequeño tesoro intenta llamar su atención con unos suaves toquecitos sobre el reverso de su mano izquierda. Mira hacia abajo, es decir, la mira. Ve cómo ella le señala un pequeño charco que no está muy lejos y dispara, sí, dispara, su curiosidad:

-Mamá, ¿cómo han conseguido meter la Luna ahí dentro?

Y, llorando, se agacha a abrazarla.
Es el momento de gritar.



domingo, 13 de diciembre de 2015

Bon Nadal

          Barcelona. Es un día de diciembre con complejo de uno de mitad de marzo. Parada en la calle, apoyada en un escaparate. Está algo cansada. Son poco más de las seis de la tarde, pero ya ha oscurecido. Desde donde se encuentra, puede ver perfectamente cómo los operarios del Ayuntamiento colocan las luces. Ya no queda nada para Navidad. Este año también repetirá plan.
          Hoy hay mucha gente paseando por Rambla Cataluña, pero pocos son los que se detienen a hacer fotos, pocos son los que reparan en ella, pocos son los que se paran.
           Ella se ha fijado en ese niño pequeño que se ha quedado un poco rezagado y al que sus padres esperan un par de metros más adelante, y en aquella pareja que se quiere tanto, y en ese grupo de amigas que escuchan atentamente a la que está en el extremo de la izquierda y de repente se deshacen en carcajadas, y en ese chico joven que va en bicicleta y ha tenido que frenar porque una mujer despistada no se ha fijado en el carril, y en esa madre y su hija que salen de aquella tienda con un par de bolsas. Es muy observadora.
         Hoy no lleva bufanda, ni guantes. Y agradece que la temperatura acompañe. Aunque siempre le ha divertido exhalar con fuerza todo el aire de sus pulmones y que condense al instante.
              Su estómago le avisa. Pero sabe que la cena de hoy, igual que la de ayer, se hará esperar. Y empieza a contar. El día de hoy no ha sido muy productivo.
           Todavía con la cabeza agachada, escucha unos pasos acercarse. Levanta la vista. Es el niño pequeño de antes. Le ofrece una bolsa que llevaba entre sus manos:
-¡Bon Nadal!-le dice. Y vuelve con sus padres, que observan la escena a un par de metros.
          Ella abre la bolsa. Hay dos tabletas de turrón de chocolate, galletas, batido, un bocadillo caliente y una postal.
-Bon Nadal.-Susurra con el corazón inundado de ternura.
           

  

lunes, 23 de noviembre de 2015

Crack

Llora. Rómpete. Explota.
Que yo ya me voy armando de paciencia para volver a pegar, uno a uno, todos tus trocitos.
Grita y agriétate. 
Que ya lavaremos con las canciones de siempre las heridas que queden abiertas y coserlas será tarea fácil si enhebramos con cuidado nuestras risas.
Deja que el miedo te destruya por dentro. Hazte la muerta. Que piense que ha ganado la partida.
Le daremos la vuelta al marcador en el último segundo. Factor sorpresa.
Sufre hipotermia, baila de frío.
Que yo ya voy tejiendo una manta de abrazos para este invierno que no avisó.
Tápate la cara con las manos.
Que pregunten los curiosos. Les diremos que el mundo no está preparado para asomarse a tus ojos. Que no lo intenten.
Aprieta los labios. Fuerte.
Que nos duela verte. Que sabremos que estarás sanando.
Deshazte en suspiros.
Que pueda notarte en el aire.
Pasa las noches en vela.
Que descifraremos en el techo las historias que nunca sucederán.
Ponle nombre al nudo de tu garganta.
Lo cuidaremos y lo sacaremos a pasear.
Vuelve a leer el libro más triste con el que te hayas encontrado.
Y vuelve a contarme el final, que yo te estaré escuchando.
Vuelve
a
hacer
crack.





miércoles, 4 de noviembre de 2015

Mariposas en el cuello

Tengo

mariposas en el cuello,

y es tan difícil disimular

cuando miras.



Tengo

un ejército de pestañas

con síndrome de abstinencia

si te callas.



Tengo

el amor en una maceta en el balcón

y le pongo tu risa

para que crezca.



Tengo

vértigo de tus párpados,

nunca estuve acostumbrada

a las alturas.



Tengo

mi centro de gravedad

esperando a que apuntes, dispares

y me tumbes.



Tengo

todos los años que nos quedan

esperando  que vengas

para irnos a celebrarlo.



Tengo

desnudez de sobra

para andar descalza

por tu cocina.



Tengo

mariposas en el cuello

y esta vez no quiero disimular

si me miras.

jueves, 24 de septiembre de 2015

If you dare, come a little closer.

¿Tengo que volver a respirar? ¿En serio? ¡Qué cansado es esto! No me gusta, demasiado repetitivo.-Hago una pausa para saciar esta estúpida necesidad biológica.-A veces pienso que los seres humanos estamos mal hechos, como con taras. Bueno, no lo pienso, lo creo. Esta absurda dependencia que tenemos de todo lo que está más allá de nuestra piel consigue perturbarme. No gozamos de autonomía, no seáis utópicos. Probad a no alimentaros, dejad que vuestro estómago aulle hasta devoraros por dentro. Probad a no colmar la sed hasta agrietaros tanto que se os vean los defectos, las malas intenciones y todas esas cosas que nunca os habéis atrevido a decir. Probad a no cubriros ante el frío y comprended por qué Vodka significa agua de vida. Probad a no protegeros del Sol y sentid cómo vuestra piel llora todas vuestras miserias. Probad a no enamoraros. ¡Qué estupidez!-Intento reír.-Lo acabaréis haciendo, no os queda elección. Creo que es la necesidad externa más jodida de todas: cuando tu piel decide que le gusta el roce de aquella otra piel y entonces el hambre, la sed, el frío y el calor son solo amagos de historias de terror que contarías alrededor de una hoguera una noche cualquiera, sujetando una linterna bajo tu barbilla. Esa puta ternura que te nace de vete tú a saber dónde y que tan ridícula se me presenta a veces. Ese quiero más que nunca vas a llegar a saciar. Porque casi seguro que va a faltar algo. No lo escoges. No lo escoges como decides no comerte este postre porque engorda o no tomarte aquella copa porque después vas a conducir. Igual que no escoges respirar.-Agotada, me coloco en la nariz el respirador que hace un rato he retirado y vuelvo a esa cama que tanto odio; porque no es la mía (ni la tuya). Hoy ya he tenido bastante. Oigo cómo las celadoras arrastran el carrito y llaman a las puertas: es la hora de la cena.

jueves, 18 de junio de 2015

Pídeme más.

     Vuelve a cerrar los ojos. Pero no de cualquier manera, sino como hacía mucho que no los cerraba; esa forma de cerrar los ojos que viene acompañada de una profunda inspiración que guarda dentro de ti, para siempre, el olor del momento, y tras la que se apoyan los puños cerrados en el pecho de quien está justo delante. Y después solo te queda rendirte, con los ojos cerrados tu frente se posa en aquellos labios que no pueden hacer nada más que besarla.
     Se detiene a escuchar aquellos latidos, que suenan igual que cuando ella llama, suavemente, con los nudillos, a la puerta de su casa.
     Le encantan esos momentos a cámara lenta (se marea cuando la vida sigue su curso normal, vertiginoso a su parecer).
     Él expira lentamente todos sus miedos y la caricia de aquella tormenta sobre su pelo le hace sentir de la misma forma que cuando, desatendiendo a todas las voces del interior del vehículo, saca por la ventanilla la mitad de su cuerpo y el viento llena de oxígeno cada una de sus arterias y su circulación se ve favorecida, y le crece el corazón.
     El equilibrio del momento se ve roto por una mano que comienza a recorrer el largo de su brazo, tocando en cada poro de su piel las notas de su canción favorita que siempre consigue erizarla. Y al llegar a su hombro, la melodía queda en pause y cree que su último latido ha sido más fuerte y en todos los lugares de su cuerpo.
     Y el volcán, a punto para la erupción, de su interior le provoca un seísmo desde la punta de los pies hasta la raíz del cabello, tirando todas las estructuras emocionales que no resistirán la explosión. Necesita de ayuda humanitaria para reponerse al desastre natural que se cuece en el fuego de sus entrañas.
     Y el auxilio le llega desde las playas de sus labios, justo en pleamar.  Y las heridas curan apenas sin escocer (o no demasiado). Y una gota de mar se desliza por su mejilla derecha, pero es felicidad.
     Abre los ojos: aún no ha habido tormenta pero ya ha salido el arco iris. 


      
     
     

martes, 16 de junio de 2015

Que no hable de sandeces y que diga que no sobra el amor.

Lo miré como tantas otras veces había hecho.
Me recreé en ello buscando algo que lo salvase;
Esperanza buscaba algún recoveco sobre su piel para instalarse.
Pero entendí que así no sería.

Que su labio ya no respondía suspirando a mis suspiros,
que ya no había primavera, ni poesía.

Que ya no clavaba su pupila en mi pupila daltónica,
que yo ya no saciaba su curiosidad con un .

Que había enmudecido la lira,
falta de asuntos,
que ya solo desafinábamos,
y nos dañábamos los oídos.

Que si hubiese leído un poco,
sabría que de nada sirve
fingir risas que se desmienten
con los ojos.

Que Bécquer se había fugado,
con aquellas golondrinas que jamás volverían a nuestro balcón,
porque nunca estuvieron.

lunes, 25 de mayo de 2015

Love is the only way

-¿Has cogido las llaves?
-¡Sí!
-¿Y el cargador del móvil?
-También lo llevo conmigo.
-Acuérdate de la botella de agua, por si te entra sed durante el viaje.
-¿Dónde está?
-La metí anoche en la nevera.
 Manuela sale de su cuarto arrastrando una pequeña maleta a la que poco le falta para abrirse de golpe y empezar a vomitar calcetines. Se escucha el ruido suave del roce de los ruedines de silicona con el parquet. Ya en la cocina, coge el botellín de agua de la nevera y la mete en su bolso. Se coloca sus gafas de Sol, que hace un segundo estaban sujetándole el pelo, que queda ahora revuelto.
-¡Eres la mejor, mamá!-Le da un beso en la mejilla y se dirige a la puerta.
-¡Llama cuando llegues!-escucha estas palabras justo antes de salir de su casa.
Hoy luce el Sol, no hay nubes. El pelo de Manuela comienza a clarear como cada mes de junio. Llega a la esquina donde ha quedado con Cori y ve su coche aparecer al final de la calle. Se acerca a la carretera y esconde el asa de su maleta para meterla en el vehículo. Cori sale a ayudarla y una vez con el equipaje ya cargado, se besan cariñosamente.
Entran en el coche y Manuela coge de la guantera un CD algo viejo pero que la vuelve loca, lo pone en el reproductor y sube el volumen.
-¿Qué tal has dormido?
-Casi no he dormido, ¡estaba muy nerviosa!
Cori esboza una media sonrisa.
Se conocieron en un concierto hace nueve meses. Manuela había ido con sus amigas para celebrar su cumpleaños y Cori había ido con algunos compañeros de clase. Tenían amigos en común y no les hizo falta nada más.
Manuela mira a Cori conducir y no puede evitar sentirse feliz. Van a la playa. Sus primeras vacaciones. Baja la mirada y, desde los pedales, repasa las piernas de Cori hasta llegar a su cintura, para acabar con los ojos clavados en su cuello: donde siempre empieza el juego.
Cori lo nota y, por un segundo, aparta la vista de la carretera para dirigirse a Manuela:
-Duérmete, anda, aún tenemos un largo viaje por delante.
Manuela se descalza, cruza las piernas, las coloca sobre el asiento y cierra los ojos.
Comienza a pensar.
Les ha explicado a sus padres que Cori es un diminutivo de César, que lo llaman así desde que era muy pequeño. Les ha hablado de los preciosos ojos azules de Cori y de lo alto que es. También les ha contado que juega en un equipo de fútbol y que está haciendo pruebas con otros tantos. Les ha comentado que, cuando salen de fiesta y a ella le empiezan a doler los pies por los tacones, Cori siempre le ofrece sus zapatos y que cuando van al cine nunca se queja si ven algún film romántico. 
Ahora, abre los ojos por un instante y mira a su izquierda. Y ve a Cori. A su Cori, que es diminutivo de Coral. Y a los preciosos ojos azules que Cori tiene. Es portera en un equipo de fútbol y tiene alguna oferta de otros clubes (nada que vaya a solucionarle la vida, pero por lo menos reconocen su talento), aunque Manuela sabe que a Cori le costaría mucho marcharse de su equipo actual, pues lleva muchos años jugando con sus compañeras y eso deja huella. Es alta, cuando van a besarse, los ojos de Manuela quedan siempre a la altura de la boca de Cori y le encanta repasar el contorno de esos labios. Es cierto que cuando Manuela ya no soporta sus tacones, Cori le cambia sus zapatos aunque no esté acostumbrada a incrementar su altura. Y nunca tienen problemas a la hora de escoger una película.
Manuela, hija de Guardia Civil y de funcionaria, sigue buscando las palabras adecuadas para describir a Cori, a su Cori. Y espera que, en este viaje, el mar se las susurre a través una caracola.

viernes, 1 de mayo de 2015

You were right, Dad.

Su padre se lo había dicho tantas veces, que sus palabras se habían convertido en un eco bastante molesto que había decido instalarse en su cabeza: <<No andes con las manos en los bolsillos>>.
Le explicaba que, si caminaba así y tropezaba, no sería capaz de parar la caída. Y todos sabemos que las encías sangran mucho y con demasiada facilidad.
Pero a Émi le encantaba andar en pijama, zapatillas y con las manos en los bolsillos para sentirse cómoda.
Entendió las palabras de su padre con algo más de veintidós años y medio pero menos de veintitrés.
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Las manos en los bolsillos para resguardarse del frío y de la niebla que caía sobre el césped del parque.
Arqueó sus ojos para sobreponerse a esa miopía que todavía estaba asimilando y, tras un pequeño esfuerzo, lo vio. Llevaba las manos rojas, sin guantes ni bolsillos.
Émi se acercó sonriendo bajo el gorro de lana que impedía que el poco calor que era capaz de mantener en su interior se escapase por su cabeza.
Se besaron levemente y comenzaron a caminar a la par.
Él la rodeó con uno de sus brazos para mantenerla cerca.
-¿Qué te apetece hacer hoy?
-No lo sé, lo que tú quieras, Émi.
-Últimamente me dejas a mí las decisiones, ¿eh?-sonrió. Estaba tan cómoda con él.
-Siéntete afortunada.
 [...]
-Hace tiempo que te lo pregunto y tu respuesta todavía no me convence, ¿va todo bien?
-Sí...¿Por qué lo preguntas, Émi?
-Estamos distintos. Hemos tenido nuestros más y nuestros menos que, supongo son necesarios. Y ahora estamos bien, pero solo cuando nos vemos. El resto del día, o de los días, es todo totalmente diferente. Estás distante. Sí, eso es, estás distante.
El silencio es la peor respuesta en estos casos.
-Entonces...¿Ya está? ¿Vamos a rendirnos ahora?
Silencio de nuevo.
Émi volvía a decidir.
Él se marchó y la niebla caló el corazón de Émi. Y sus huesos. Y sus bolsillos.
Comprendió entonces que, cuando la comodidad se instala en el amor, la caída es inevitable.
Y la comodidad sorprendió a Émi con las manos en los bolsillos.
Y sus encías sangraron como nunca.

domingo, 12 de abril de 2015

Qué buen insomnio si me desvelo sobre su cuerpo.


Caminaba siempre hacia atrás,

y a contra corriente.

Y veía la lluvia caer a cámara lenta,

y el arco iris gritando en cada gota.

Volaba solo con mirar por la ventana

y aterrizaba únicamente para echarse a dormir.

Se bajaba las bragas

cuando la excitación se apoderaba de la parte izquierda de su pecho

(la más grande).

Y se arrancaba el tanga

cuando el amor se atrevía a despeinarla.

Y, en los besos, mantenía los ojos abiertos

solo para ver si el de enfrente los cerraba.

No vestía falda por miedo

a que el viento se pusiese.

Solo miraba hacia la derecha antes de cruzar,

porque había oído que andaba por ahí atropellando libertades.

Y en las curvas, en vez de acelerar, frenaba,

y llenaba de saliva la autopista

(que otros llamaban espalda)

por la que descendía directa al más profondo de los infiernos,

donde se encontraba,

y se abrasaba.










domingo, 29 de marzo de 2015

Mutilación

Y cuando Mario lo vio todo oscuro supo que ya se había acabado.

Que el amor entre los dos había llegado a su fin.

Que ya nunca más la volvería a sentir.

Que ya nunca más podría ser feliz.

El día en que la luz se apagó en la vida de Mario lucía el Sol.

El dolor se apoderó de Mario como si fuese la primera persona en la que se instalaba.

Y Mario rompió a llorar pensando en su futuro oscuro, vacío e incierto.

Porque bien es sabido que Mario sin ella no era nada.

Que Mario existía desde que la conoció.

Y que Mario se había entregado a ella, sin miedos, sin peros.

Y cuando se amaban, el cielo se quedaba pequeño para Mario.

Porque Mario había crecido de su mano.

Le entregó su niñez, su primer beso, su adolescencia, su primer amor y todos los años de madurez que pudo entregarle.

Porque el amor que Mario sentía hacia ella era incondicionado, sin supuestos. Era un amor para siempre y para todas las horas, cada día de su vida.

Incluso si en casa faltaba el dinero o si la salud escaseaba, el amor de Mario no cesaba.

Y se acentuó más en los momentos difíciles.

Y Mario se aferró a ella como solución a todos los problemas, aunque a veces ella fuese parte del problema.

A Mario no le importaba.

Mario nunca la había juzgado.

Por eso Mario no llegaba a entender cómo ella había podido abandonarle de esta forma.

Tan dolorosa.

Sin tan siquiera avisar con 15 días de antelación, para que Mario pudiese prepararse.

Y es que Mario no recordaba su primera palabra, ni sus primeros pasos.

Pero Mario sí recordaba lo primero que escribió.

Y lo mucho que le gustó la sensación que vino después del último verso.

Acababa de perder su virginidad textual.

Y es que el día que la luz se apagó en la vida de Mario, lucía el Sol.

Y Mario no pudo verlo. 

No volvería a ver jamás.

Se extinguía así su actividad textual. 









lunes, 23 de marzo de 2015

Y tú no estás en la terminal.

En la vida hay olores que te transportan a algún lugar remoto en el tiempo, o igual no tan remoto, pero ya pasado, y, cuando cierras los ojos e inspiras profundamente el olor para sentir lo que en su día sentiste cuando ese aroma invadía aquel lugar, aparece entre tus recuerdos una persona, o incluso varias.

Y es que hay olores, calles, canciones, fechas, fotografías e incluso palabras que en nuestra vida van a quedarse firmadas, con nombre y apellidos. Por mucho que no nos guste, por mucho que nos cueste. Por mucho que nos joda recordar algo que fue y ya no, y que posiblemente no será ya más.

Hay veces que, hasta los más románticos, ven marcada su propia ropa. Porque la llevaron aquel día tan especial. Porque la vistieron aquella noche tan triste.

Y, aunque no queramos darnos cuenta, se trata de esto.

Cada uno de nosotros somos una terminal con fecha de apertura y de cierre, aunque esta última sea una incógnita para la mayoría de nosotros, a la que, con suerte, no van a dejar de llegar viajeros que nos pisarán, nos ensuciarán, pero también nos enriquecerán en todas las manifestaciones posibles de la cultura y ampliarán nuestras fronteras.

Parte de ellos serán aves de paso, que no harán mucho ruido y que intentarán que su estancia sea lo más breve posible.

Solo aquellos lo suficientemente valientes serán capaces de quedarse. No digo para siempre. Simplemente quedarse un tiempo considerado para que, si al final deciden marcharse, nosotros hayamos firmado en su pasaporte.

Y las partidas, si son voluntarias, no son todo lo tristes que nos empeñamos que sean. Quiso irse, ¿no? Si los obligásemos a quedarse ninguno seríamos felices.

Las que más duelen son las inesperadas, aquellas en las que ambos habían encontrado su sitio y, por caprichos de la vida que jamás llegaremos a entender (y que si algún día entendemos nos habremos vuelto locos del todo), nos arrebatan de nuestra terminal a uno de nuestros viajeros más queridos. Aquellos viajeros de los que conocemos a la perfección el sonido de sus pasos y el traqueteo de los ruedines de su maleta. Aquellos viajeros de los que nos gusta y nos resulta agradable el sonido de sus pasos y el traqueteo de su maleta. Aquellos que eligieron nuestra terminal a pesar de las goteras emocionales y de las grietas del recuerdo. 

Y es la ausencia de esos pasos y de esa maleta lo que nos duele, porque no estamos preparados para dejar de escucharlos.

Nosotros, inconscientemente, también pasaremos por una, varias o muchas terminales antes de dejar de viajar definitivamente, con todas sus consecuencias.

Debemos entender que cada uno de nosotros somos, a la vez, un punto de partida y un punto de llegada, que general y afortunadamente no coincidirán en la mayoría de los casos.

Y seremos el resultado de todos los souvenirs que nuestros viajeros dejen en nosotros.





sábado, 7 de marzo de 2015

Por si aún no te has enterado, esto no va de mirar.

Miranda vivía esperando algo.
No. Miranda no vivía esperando algo.
Miranda vivía esperando a alguien. Sí, eso es.
A alguien que acabase con todo el sufrimiento que cualquier otro alguien le había causado. A alguien que la abrazase y le dijese "Tranquila. He tardado, pero no pienso irme jamás." y que la besase dulcemente, cosiendo sus heridas para no volverlas a abrir nunca.
A alguien que no repitiese la misma historia de siempre. Miranda se había cansado del mismo guión. Miranda se había cansado de perder, incluso luchando sola. Y hasta el final.
Miranda vivía esperando a alguien que consiguiese hacerla sonreír cuando llorando, sorbiese por la nariz todas sus penas. A alguien que, después de calmarla, no la arrojase de nuevo a su desazón.
Miranda esperaba a alguien que le acariciase el pelo hasta quedarse dormida y, una vez en brazos de Morfeo, le diese un delicado beso, apenas perceptible y se sintiese afortunado al contemplarla.
A alguien que tuviese los cojones suficientes para quererla. Porque querer a Miranda no era fácil, pero merecía la pena.
Miranda esperaba a alguien que valorase los pequeños detalles que la hacían grande. Porque Miranda no era gran cosa, pero cuando se entregaba a alguien valía más que el amor de cualquier drama americano.
Miranda vivía esperando a alguien capaz de dar la vuelta al mundo solo para abrazarla por detrás. A alguien que nadase desiertos y corriese mares para frotar aquella mejilla calada de pequeños trocitos de afilado cristal y para limpiar aquel nudo de su garganta.
A alguien en cuyos ojos pudiese verse reflejada, incluso cuando ese alguien no la estuviese mirando.
Miranda esperaba a alguien que la apoyase en lo suyo, que todavía no sabía qué era. Pero daba igual.
A alguien a quien poder prestar ayuda. A quien poder prestar su vida.
Miranda vivía esperando a alguien que le hiciese el amor por las noches y amanecer con el Sol y sus caricias en la espalda.
A alguien con quien pasar un fin de semana en el sofá y no echar de menos nada.
A alguien lo suficientemente valiente como para querer alojarse en el caos de su cabeza y hacerlo a gusto.
Miranda vivía esperando a alguien que la sorprendiese y ser ella, por una vez, la sorprendida.

Miranda vivía esperando.


Y la vida no espera a nadie.

 

viernes, 27 de febrero de 2015

Hey Soul Sister.

-Cuando me vaya voy a echarte mucho de menos.

-Aunque no sea tan amenudo, nos veremos. Estoy segura.

-Me costará mucho acostumbrarme a no verte por las mañanas, a no darte los buenos días. Me faltará tu carita de sueño, y tu nariz roja en invierno.-Rieron.-Echaré de menos los abrazos capaces de sanar cualquier herida, por profunda que sea. Y nuestras tardes, nuestro sentido del humor, nuestras conversaciones interminables. Y nuestros sueños, nuestros planes imposibles. Todo eso me hará mucho daño cuando me vaya. Y sé que la nostalgia se apoderará de mí cuando recuerde cada sonrisa, cada dolor de estómago causado por tanta carcajada, incluso cuando recuerde la más amarga de las lágrimas que haya salido de nuestros ojos. Todas las veces que has sido mi mayor apoyo y las veces que yo pude ser y fui el tuyo. Confesiones de cosas que solo tú y yo sabemos. Los secretos mejor guardados. Esto tan grande que hemos construido a base de paciencia y de querernos sin juzgarnos, sin prejuicios y sin tapujos. Hacernos mejores personas. Reírnos cuando nadie más encuentra la gracia al chiste. Conocernos mejor que nadie, confiar como en nadie. No quiero dejar todo esto atrás.

-No lo dejaremos. Estaré aquí para cuando vuelvas. Y será como siempre y seremos como nunca. De eso trata esto, ¿no? De crecer juntas pese a todo.

Se abrazó a aquellos ojos azules que caminaban a su lado.

"Si la distancia es el olvido,
haré puentes con tus abrazos.
Pues lo que tú y yo hemos vivido
no son cadenas, ni siquiera lazos;
es el sueño de cualquier amigo,
es pintar un 'te quiero' a trazos
y secarlo en nuestro regazo."

 
 

sábado, 21 de febrero de 2015

Componiendo

-Deja de cantar esa estúpida canción.
Hizo una pausa para sonreír y abrazarlo por la espalda, y siguió la serenata, pero esta vez más bajito y a su oído.
Él sacó una bandera blanca como la voz de ella y se rindió a las palabras que resbalaban en sus labios para más tarde acariciar su oreja y estremecer su interior.
Cerró los ojos y, siguiendo el compás de aquella banda sonora, comenzó a besar los brazos de ella.
Decidieron introducir una pausa dramática y se besaron como si nunca antes se hubiesen besado. Y esos son los mejores besos.
Sus corazones latían estrepitosamente en todos y cada uno de los rincones de sus cuerpos. Aquel boom-boom podía oírse a dos manzanas de distancia. O incluso tres. 
Se despojaron de Zara, de Springfield y de alguno más.
Él vio la entrada al Paraíso cuando ella separó sus rodillas.
Y no hubiese sido de buen gusto rechazar la invitación.
Entró.
Los dedos de ella se posaron en su espalda y se contraían y se relajaban como si acariciase las teclas de un piano.
Ella hacía los agudos y él, la acompañaba por lo bajo.
La barbilla de ella se sentía vibrar cuando él conseguía el tempo perfecto.
Al final, ambos entonaron, a la vez, la misma nota.

-Acabamos de escribir la canción más bonita del mundo.-Le dijo.


lunes, 9 de febrero de 2015

Qué mala suerte la de aquel gato negro, solo se cruzaba con desgraciados

Acaricia el lomo de aquel gato negro y percibe su dulce y melódico ronroneo. Se levanta del sillón, dejando el libro que tenía entre sus manos en la mesa, cambiándolo por una taza de café a la que da un largo sorbo de camino a la ventana. Está amargo y esta vez no ha sido un despiste, esta vez no ha olvidado el azúcar.
Contempla cómo el valle se abre a los pies de su casa iluminado a penas por unas cuantas estrellas valientes que resisten a la niebla y la luz del porche, en el que reside una hamaca que todavía no se ha atrevido a estrenar. Cierra los ojos para dar otro sorbo al café y cuando los abre, sorpresa, todo sigue igual.
Bueno, exactamente igual no,  Faraón se ha dormido al calor de la chimenea que chisporrotea sin interrumpir demasiado.
Apura la taza que deja en la mesa y decide que por hoy ya ha sido demasiado.
Acaricia muy suavemente la cabeza de Faraón para desearle unas buenas noches y abandona el salón.
En la entrada, coge su cazadora que imita a la piel de cualquier animal que él no estaría dispuesto a sacrificar para abrigarse, las llaves y sale casi sin hacer ruido.
La primera bocanada de aire condensa y él, como un niño divertido, expulsa otra para que siga el mismo camino que su compañera. Pero pronto recuerda que este invierno hace más frío que el anterior.

Y lo mucho que le gustaba a ella la libertad. Una casa con porches, con una hamaca donde poder leer tumbada al Sol, con flores de colores en las ventanas de la segunda planta, con vistas a la montaña. Y la libertad, cuánto le gustaba la libertad.

Por hoy ya ha sido demasiado fuerte y va a rendirse un rato, antes de acostarse en aquella cama que le queda grande para intentar dormir.

A ella no le gustaba Faraón y por eso se fue (o eso se obliga a creer). Por eso, ahora que Faraón no lo ve, ha decidido apretar la herida hasta que salga algo de pus.
Ella decía que daba mala suerte.
Se acerca a la hamaca, con paso lento, tan lento que se diría que no está avanzando. Pero lo está haciendo, y mucho.
Una vez tan cerca que podía tocarla, descubrió que en ella había pelos negros. Faraón.

Sonrió.

Entró en casa y él no se había enterado de nada.
Volvió a acariciarle el lomo.
-Tú no das mala suerte, amigo mío.

martes, 27 de enero de 2015

Mirror

Con todo lo que ocurre hoy en día no sabes si vienes o vas. Piensas que estás en el camino correcto y de repente esa línea se desvía. Y cuando habías encontrado todas las respuestas, cambian, sin precedentes, las preguntas. Y no hay nada que tú puedas hacer, pues giras atrás y ves tu sendero y el momento en el que se torció. Solo te queda avanzar, sin miedo, intentando no tropezar.
Pero es que, con todo lo que ocurre hoy en día, que no sabes si vienes o vas, ahora estás arriba y poco después te sientes caer. Y te cuesta levantarte, sacudirte el polvo y todo aquello que molesta. Y curarte las heridas no es nada fácil, por mucho que alguien se empeñe en lamértelas. Y una vez hecho todo eso, aprendes otra vez a caminar, quizás con un poco más de cuidado, quizás no.
Que no sabes si vienes o vas con todo lo que ocurre hoy en día. Y te buscas en el espejo pero no te encuentras y no sabes dónde cojones ha podido meterse la persona que eras ayer. Pero sabes con certeza que no volverá, jamás. Y sientes un pequeño trozo de ti desgranarse y te duele como cuando te separaste de tu madre por aquellas tijeras frías e insensibles.
Con todo lo que ocurre hoy en día, no sabes si vienes o vas, o si el viento te golpea por Levante o si, por el contrario, lo hace por Poniente. Que ni los malos son tan malos, ni los buenos lo son tanto. La confianza que construiste poco a poco, con toda tu dedicación, cae estrepitosamente en menos de un segundo. Y a vivir con eso.
Que ir y venir han perdido su significado con todo lo que ocurre hoy en día. Que hoy, ahora, estamos aquí y mañana, mañana ya veremos.
Con todo lo que ocurre hoy en día, que no sabes si vas o vienes o si ya has perdido el Norte y has invadido el camino de otro.
Y tenemos que vivir con todo lo que ocurre hoy en día, yendo, viniendo y parando cuando nos flaqueen las fuerzas, con todo lo que ocurre hoy en día.

domingo, 25 de enero de 2015

Game Over

-Tienes las manos frías.-Dijo mientras las estrechaba entre las suyas.
-Será este invierno que no avisa.-Sonrió.
El silencio se apoderó de ellos durante unos instantes, pero no molestaba.
-Te he echado de menos todo este tiempo.
-Y yo a ti.-Hizo una pausa tratando de meditar lo que iba a decir.-Pero de una forma distinta a como lo había hecho antes.
-¿Cómo lo has notado?-su corazón se hundió en las profundidades de su pecho, pero supo disimular.
-Porque ya no te necesito para sonreír. Me di cuenta de que eres totalmente prescindible.
-¿Eres feliz?
-Mucho. ¿Y tú?
-También. Así que vas echando de más lo que un día echaste de menos, ¿no?
Tardó en contestar.
-No es exactamente así.-Sonrió.-No lo echo de menos. Son cosas que están ahí y que algunas se acabarán yendo con el tiempo y yo ya no intentaré detenerlas, son parte del pasado, son pasado. Yo no voy a echarlas, pero no voy a impedirles que se vayan.
Soltó sus manos y estas recobraron la rojez causada por la frialdad del momento.
Inspiró lentamente y continuó diciendo:
-Llega un momento en el que te das cuenta de que has hecho demasiado por alguien, que el siguiente paso solo puede ser separarse. Dejarlo solo y alejarte. No es que estés renunciando o que no lo hayas intentado con suficientes fuerzas, no. Simplemente debes entender que has sobrepasado el límite de la determinación a la desesperación.
Sintió una punzada en el estómago. Sonreía y no se encontraba en su sonrisa. Notó que, por su parte, cualquier tipo de nostalgia había desaparecido, que se había abandonado al tiempo. 
Hacía un rato que solo hablaba ella:
-Voy a irme. Para siempre. Y no voy a mirar hacia atrás. Y no,-esbozó una sonrisa y clavó los ojos en sus ojos-no es una amenaza.
Se limitó a desviar la mirada al suelo.
Ella se levantó de aquel banco y, como había prometido, no giró la cabeza ni una sola vez.