Ella se lo prometió. Y lo prometido es deuda. ¡Y anda que no tenía ella deudas con su espalda! Debía aprender a tocar la guitarra. Él le había pedido una canción, la había retado. Empezó como un juego. Algún rato por las tardes, algún fin de semana suelto. Pero el tiempo pasa, y llueve. Llovió mucho sobre ellos, demasiado. Se dejaron y ella dejó la guitarra. Casualmente, unos años después, sus sonrisas volvieron a encontrarse y ella volvió a sentir lo que creía muerto y a recordar el pasado. Ese día, cuando llegó a casa, desempolvó su guitarra y, afinándola torpemente, intentó tocar algo. Cada nota le arañaba lentamente el corazón, pero dicen que solo si escuece cura. Decidió cumplir su promesa, por todo lo que se habían querido, por todos los besos que quedaron en el aire, por lo que un día fueron y jamás volverían a ser. Chin-chin. Ahora, después de muchas clases de música, después de muchos ensayos es guitarrista y vocalista de un grupo y cada noche, al subir el telón, ella empuña su primera guitarra a la vez que se agarra a la melancolía y, por si él le está escuchando...
-Quisiera dedicarle esta canción a él, porque lo prometido es deuda. Por todo lo que quise que fuésemos y por todo lo que no fuimos, que, es lo mismo. No me cansaré de dedicarle esta canción porque es suya y sé que, algún día, la escuchará y sentirá todo lo que sentí yo al escribirla, todo lo que siento al cantarla.