Camina tarareando alguna vieja canción de amor que no sabe ni dónde la escuchó por primera vez. El volumen de la música que sale por los auriculares está alto, para mantener bajas las preocupaciones. Está harto de su soledad. Eso de ir de flor en flor nunca le ha gustado. Pero nadie le llena. Odia no tener a nadie a quien abrazarse las noches que pasa frío o simplemente las noches que quiere calor. El sexo sin amor ya no le vale. Ha prometido que invertirá el orden: primero el amor, y luego lo físico. Aunque intuye que, como de costumbre, volverá a fallarse y, sin cumplir su promesa, se follará a lo primero que se abra de piernas. Bueno, a lo primero no, a la primera. Un cigarrillo. Si por lo menos no puede pintar sus pensamientos de verde esperanza, que sus pulmones se tiñan de un negro elegante. Casi sin pensarlo, camina hacia un pequeño bar refugiado en un tenue callejón, es un pequeño santuario del rock y está seguro de que eso es lo único que ama. Se dirige a la barra y, sin mirar al camarero, pide una cerveza. Suena Stairway to Heaven. Si pudiese follarse una canción, seguro que sería esta. O quizás I don't wanna miss a thing de Aerosmith. O igual un trío, ¿por qué no? Coge el botellín que reposa sobre la barra y, casi de un trago y sin saborearla, bebe la mitad. Limpia su mano del agua condensada alrededor de su cerveza en su pantalón vaquero. Saca el móvil de su bolsillo y comienza a mirar las redes sociales. Una joven rockera, de unos veinte años, tropieza con una de las patas de una mesa y, sin querer, choca contra su hombro. Le pide disculpas pero él no hace caso, está demasiado ocupado. Quién sabe si el amor de su vida acababa de golpearle el hombro accidentalmente mientras él estaba ocupado twitteando sobre lo solo que está. Guarda el teléfono. Divisa al fondo de la barra una rubia bien dotada. Termina su botellín de trago y, vuelve a fallarse.