Recordarla. Recordar su colonia, sus pesados pendientes, esos que habían hecho que los lóbulos de sus orejas se estirasen, sus cadenas de oro, sus jerséis de lana, sus bufandas, esas que tapaban las arrugas de su cuello, su sonrisa, que llevaba con ella más años de los que tú pensabas, que siempre te equivocabas con su edad, no por tu mala memoria, si no por que ella parecía más joven. Su cabello color castaño tinte, su frente arrugada por la marca de expresión, por la marca de los años, sus anillos, esos que con tanto cariño guardaba, esos que relucían siempre cuando se los ponía en sus ya envejecidas manos, aunque sin dejar de ser bonitas. El sonido de sus carcajadas y el calor de sus abrazos, la sabiduría y la experiencia que ella abarcaba, la potencia de sus palabras y su cariño, uno de los mejores del mundo. Su comisura de los labios, esa que siempre estaba tornada hacia arriba y que es la boca sonriente que más echas en falta. Las conversaciones por teléfono, a causa de la distancia, y las muchas ganas que tenía siempre de verte. Sus besos, esos que aplastaban tu mejilla y que resonaban más que ningún otro que hubieses recibido antes. El pensamiento de que todo iba a durar para siempre. Las veces que te estrechó entre sus brazos cuando parecía que nigún consuelo de nadie iba a ser suficiente para calmar tu sufrimiento, aunque fuese el sufrimiento de no comer más chuches porque podía dolerte la tripa. Todas esas fotos en la que estáis juntas, y que siempre debería haber sido así. Soluciones para todos los problemas, y si no disponía de ellas, las inventaba, por ti. Todas esas veces que no estuviste con ella y de las que ahora te arrepientes. Todos los abrazos que te faltaron por darle, y que todavía te faltan, porque en la vida no se puede dar marcha atrás. Todo lo que hoy dejarías de lado por tener una sola oportunidad para decirle lo mucho que la quisiste, la quieres y la seguirás queriendo. Todas esas cosas que no se cuentan a un padre o a una madre, pero que sí confesarías a una abuela.
No es más grande quien más sitio ocupa, si no quien más vacío deja cuando se va.
lunes, 23 de enero de 2012
sábado, 14 de enero de 2012
Cuando se impone el corazón, poco puede hacer la razón.
Esa sensación de encontrarse desnuda, aunque en realidad estás vestida. Notar que faltan todos los puntos sobre las "íes". Que el valor de cada carcajada disminuye hasta no tener. Creer necesitar un mapa aunque sabes perfectamente dónde estás. Necesitar a alguien que te diga: "sigues recto, y en la segunda calle, giras a la derecha, ahí están mis besos, los encontrarás fácilmente, no tiene pérdida si sigues a tu corazón". Sentir que cada canción te marca a fuego su nombre. Querer ir donde todos los demás y encontrarte nadando a contracorriente. Rebuscar en los cajones, debajo del colchón, entre los cojines e incluso en el trastero las instrucciones de la vida, esas que no leíste y que ahora pagas tan caro, con más del 50% de intereses. Empujar de las puertas en las que pone "TIRAR", simplemente porque ya no puedes tirar, no tienes fuerzas y es más fácil dejar que tu cuerpo se convierta en un peso muerto y que empuje, dejando caer dicho peso sobre la puerta, y ver que esta no se abre. Pasar de estar rozando el cielo con las yemas de los dedos, a estar charlando con el mismo diablo, porque no te queda otra. Intentar aplicar con todas tus fuerzas el "querer es poder", y por mucho que quieres, tu situación no cambia, ni tú, ni tu circunstancia. Echar de menos lo que un día echaste de más. Es demasiado tarde para segundas oportunidades, o al menos a mí no se me brindan.
Y es que cuando se impone el corazón, poco puede hacer la razón.
Y es que cuando se impone el corazón, poco puede hacer la razón.
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