Sigilosamente, deja caer una de sus lágrimas suicidas al frío suelo embaldosado. Mira a izquierda y a derecha para ver si alguien ha oído a sus esperanzas chocar con el suelo. Nadie. Suspira. ¿Cómo es posible que nadie la haya oído? ¡Si lleva tanto tiempo gritando en su interior! Siente cómo se eriza su piel solo con recordar su imagen. Hace un intento de levantarse, pero sus piernas tiemblan y vuelven a fallarle.
Otra vez, una vez más, vuelve a caer. Maldice el comienzo de todo esto. Recuerda sus falsas promesas y, ayudada de sus dedos, vomita todas sus mentiras. Limpia su boca con un trocito de papel higiénico y ve cómo sus esperanzas se van por el inodoro. Pensó que cambiando su físico y con un poquito de suerte, acabaría gustándole. ¿Qué más da que la báscula marque 32kg cuando su reflejo se sale del espejo? Ya ha tocado fondo muchas veces y no le gusta cómo sabe. Odia la acidez y el amargor que se pasean por su boca cada vez que cae. O, mejor dicho, cada vez que recae.
Sabe que hace daño a su familia y a sus amigos, y esa es la parte que más le duele. Es consciente de que ella también se daña, pero se siente mal cuando no lo hace. A él. A él le importa una mierda. Y sin embargo ella agoniza cada mediodía en aquel lúgubre baño.
Ya está. Todo va a terminar muy pronto. Ha decidido transformar todo su amor hacia él en amor propio. Hoy empieza a quererse. Y, esta vez, de verdad.
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