Barcelona. Es un día de diciembre con complejo de uno de mitad de marzo. Parada en la calle, apoyada en un escaparate. Está algo cansada. Son poco más de las seis de la tarde, pero ya ha oscurecido. Desde donde se encuentra, puede ver perfectamente cómo los operarios del Ayuntamiento colocan las luces. Ya no queda nada para Navidad. Este año también repetirá plan.
Hoy hay mucha gente paseando por Rambla Cataluña, pero pocos son los que se detienen a hacer fotos, pocos son los que reparan en ella, pocos son los que se paran.
Ella se ha fijado en ese niño pequeño que se ha quedado un poco rezagado y al que sus padres esperan un par de metros más adelante, y en aquella pareja que se quiere tanto, y en ese grupo de amigas que escuchan atentamente a la que está en el extremo de la izquierda y de repente se deshacen en carcajadas, y en ese chico joven que va en bicicleta y ha tenido que frenar porque una mujer despistada no se ha fijado en el carril, y en esa madre y su hija que salen de aquella tienda con un par de bolsas. Es muy observadora.
Hoy no lleva bufanda, ni guantes. Y agradece que la temperatura acompañe. Aunque siempre le ha divertido exhalar con fuerza todo el aire de sus pulmones y que condense al instante.
Su estómago le avisa. Pero sabe que la cena de hoy, igual que la de ayer, se hará esperar. Y empieza a contar. El día de hoy no ha sido muy productivo.
Todavía con la cabeza agachada, escucha unos pasos acercarse. Levanta la vista. Es el niño pequeño de antes. Le ofrece una bolsa que llevaba entre sus manos:
-¡Bon Nadal!-le dice. Y vuelve con sus padres, que observan la escena a un par de metros.
Ella abre la bolsa. Hay dos tabletas de turrón de chocolate, galletas, batido, un bocadillo caliente y una postal.
-Bon Nadal.-Susurra con el corazón inundado de ternura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario