Permaneces quieta, sentada en el suelo, abrazando tus rodillas. Tu cabeza está escondida en el hueco que se forma entre tus piernas y tus brazos. Las lágrimas caen y el cansancio que se acumula en tu cuerpo acentúa más su caída. Hace frío. De vez en cuando, con las manos escondidas dentro de tu chaqueta, te secas las lágrimas, quizás para evitar que se congelen o simplemente para dejar paso a otras nuevas. Tu cara está teñida de negro a la altura de tus mejillas, debido al rímel que ha decidido solidarizarse con tus lágrimas. Tu pelo, alborotado, se posa sobre tu cara, pero ya no intentas apartarlo. Notas cómo el frío pasa del suelo a tu cuerpo, pero no te importa, en parte es algo que te agrada, el sentir que algo traspase tu ropa y tu piel de tal forma que te haga tener escalofríos. No hay nadie en la calle. Piensas que tampoco necesitas compañía en esos momentos, equivocación de la cual serías consciente algo más tarde.
Oyes unos pasos. Ni si quiera levantas la cabeza para mirar quién es. Se detienen a tu altura. Silencio. Ahora, tus sollozos. Notas cómo te acaricia el pelo. Su mano está caliente y el contraste con tu piel fría te hace estremecer. Lentamente, sacas tu cabeza de su escondite y alzas la vista para comprobar si esa mano pertenecía a un rostro conocido. Efectivamente. Lo conocías, pero durante mucho tiempo habíais sido como desconocidos.
-¿Qué te pasa?-volviste a oír su voz rasgada tras casi dos años.
Silencio. Una lágrima contestó a su pregunta al resbalar por tu mejilla. Él se agachó y delicadamente rozó aquella lágrima para secarla. Decidió sentarse a tu lado. Se quitó su chaqueta y te la colocó en la espalda. Ahora se había quedado en manga corta. Sus brazos, aquellos que te dieron la oportunidad de abrazarte en su día y no la aceptaste, aunque te morías de ganas, estaban ahora rodeándote. Sus manos, fuertes, al igual que el resto de su cuerpo, acariciaban tus hombros para evitar que tuvieses frío. Sus ojos, marrones, poseedores de aquella intensa mirada, habían reparado esta noche en ti; después de muchas noches en las que los tuyos no dejaron de mirarle. Sus labios, el mejor telón a la mejor obra que has visto nunca: su sonrisa; esos que hace tiempo no quisiste besar por el miedo al qué dirán. Erais tan distintos y veías aquello tan imposible. Pero había llovido mucho desde entonces, aunque tú no hubieses querido separarte de él.
-¿Puedo ayudarte?
Solo podías mirarlo. Tenías miedo de equivocarte como ya hiciste en su día, por eso no decías nada.
-No sé el motivo por el que estás llorando, pero me preocupa.
-¿Quieres saber de verdad por qué estoy llorando?-tu voz temblaba.
-Sí.
-La verdad...Es que me he acordado de lo mucho que te quise, ¿sabes? Pero eso no es lo peor, lo peor es que me he dado cuenta de que lo sigo haciendo y hace prácticamente dos años que no hablamos. Sí, ya sé eso de que "donde hubo fuego hay cenizas", pero en mi caso no es así, en mi caso sigue habiendo fuego, no he dejado de quererte un solo día. Lo he hecho en silencio, pensando que ni te acordarías de que existía, y, para qué complicarte la vida. Te quise y te quiero. Eso es lo que me pasa.-Silencio.-¿No piensas contestarme?
Su beso fue la mejor respuesta.