sábado, 21 de febrero de 2015

Componiendo

-Deja de cantar esa estúpida canción.
Hizo una pausa para sonreír y abrazarlo por la espalda, y siguió la serenata, pero esta vez más bajito y a su oído.
Él sacó una bandera blanca como la voz de ella y se rindió a las palabras que resbalaban en sus labios para más tarde acariciar su oreja y estremecer su interior.
Cerró los ojos y, siguiendo el compás de aquella banda sonora, comenzó a besar los brazos de ella.
Decidieron introducir una pausa dramática y se besaron como si nunca antes se hubiesen besado. Y esos son los mejores besos.
Sus corazones latían estrepitosamente en todos y cada uno de los rincones de sus cuerpos. Aquel boom-boom podía oírse a dos manzanas de distancia. O incluso tres. 
Se despojaron de Zara, de Springfield y de alguno más.
Él vio la entrada al Paraíso cuando ella separó sus rodillas.
Y no hubiese sido de buen gusto rechazar la invitación.
Entró.
Los dedos de ella se posaron en su espalda y se contraían y se relajaban como si acariciase las teclas de un piano.
Ella hacía los agudos y él, la acompañaba por lo bajo.
La barbilla de ella se sentía vibrar cuando él conseguía el tempo perfecto.
Al final, ambos entonaron, a la vez, la misma nota.

-Acabamos de escribir la canción más bonita del mundo.-Le dijo.


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