lunes, 23 de marzo de 2015

Y tú no estás en la terminal.

En la vida hay olores que te transportan a algún lugar remoto en el tiempo, o igual no tan remoto, pero ya pasado, y, cuando cierras los ojos e inspiras profundamente el olor para sentir lo que en su día sentiste cuando ese aroma invadía aquel lugar, aparece entre tus recuerdos una persona, o incluso varias.

Y es que hay olores, calles, canciones, fechas, fotografías e incluso palabras que en nuestra vida van a quedarse firmadas, con nombre y apellidos. Por mucho que no nos guste, por mucho que nos cueste. Por mucho que nos joda recordar algo que fue y ya no, y que posiblemente no será ya más.

Hay veces que, hasta los más románticos, ven marcada su propia ropa. Porque la llevaron aquel día tan especial. Porque la vistieron aquella noche tan triste.

Y, aunque no queramos darnos cuenta, se trata de esto.

Cada uno de nosotros somos una terminal con fecha de apertura y de cierre, aunque esta última sea una incógnita para la mayoría de nosotros, a la que, con suerte, no van a dejar de llegar viajeros que nos pisarán, nos ensuciarán, pero también nos enriquecerán en todas las manifestaciones posibles de la cultura y ampliarán nuestras fronteras.

Parte de ellos serán aves de paso, que no harán mucho ruido y que intentarán que su estancia sea lo más breve posible.

Solo aquellos lo suficientemente valientes serán capaces de quedarse. No digo para siempre. Simplemente quedarse un tiempo considerado para que, si al final deciden marcharse, nosotros hayamos firmado en su pasaporte.

Y las partidas, si son voluntarias, no son todo lo tristes que nos empeñamos que sean. Quiso irse, ¿no? Si los obligásemos a quedarse ninguno seríamos felices.

Las que más duelen son las inesperadas, aquellas en las que ambos habían encontrado su sitio y, por caprichos de la vida que jamás llegaremos a entender (y que si algún día entendemos nos habremos vuelto locos del todo), nos arrebatan de nuestra terminal a uno de nuestros viajeros más queridos. Aquellos viajeros de los que conocemos a la perfección el sonido de sus pasos y el traqueteo de los ruedines de su maleta. Aquellos viajeros de los que nos gusta y nos resulta agradable el sonido de sus pasos y el traqueteo de su maleta. Aquellos que eligieron nuestra terminal a pesar de las goteras emocionales y de las grietas del recuerdo. 

Y es la ausencia de esos pasos y de esa maleta lo que nos duele, porque no estamos preparados para dejar de escucharlos.

Nosotros, inconscientemente, también pasaremos por una, varias o muchas terminales antes de dejar de viajar definitivamente, con todas sus consecuencias.

Debemos entender que cada uno de nosotros somos, a la vez, un punto de partida y un punto de llegada, que general y afortunadamente no coincidirán en la mayoría de los casos.

Y seremos el resultado de todos los souvenirs que nuestros viajeros dejen en nosotros.





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