Con el último trueno, ha temblado el cabecero de la cama y el fugaz haz de luz que ha atravesado la penumbra de la habitación ha durado lo suficiente como para despertarlo.
Dormía encogido pero, incluso cuando estira sus piernas, sus pies no llegan a tocar la madera que hay al final del colchón.
Normalmente no tiene miedo de las tormentas y hace casi un año que entendió que el mundo es el mismo al apagar la luz, pero esta noche algo lo está inquietando.
Se gira con la intención de obviar toda aquella cantidad de gotas que están estrellándose contra el suelo y utiliza la sábana para cubrirse entero. Así estará a salvo.
Pero otro relámpago vuelve a colarse en su dormitorio y esta vez está demasiado despierto como para ignorarlo.
Al principio duda, pero termina por armarse de valor y decide salir de la cama en busca de monstruos, dejando, antes, a su dinosaurio de peluche bajo esa protección especial que ofrece una manta.
Y mira en primer lugar en el baúl donde están guardados los juguetes y todo parece estar en orden. Tras la puerta tampoco parece haber nadie.
Se detiene delante del armario y trata de prepararse para lo peor antes de abrirlo. Imagina mil cosas que podrían estar pasando ahí dentro, todos los villanos que posiblemente estuviesen ahí escondidos. Pero, al abrirlo, todo sigue como siempre. Su armario no es la guarida de ninguna de aquellas malas personas que planearían acabar con el mundo en una noche como esta.
Y ya solo le queda mirar bajo la cama. Cuando no quiere que sus padres lo encuentren, siempre se esconde ahí. Por eso ha dejado ese último rincón para el final. Porque si alguien quisiese hacerle daño, aguardaría ahí escondido, pacientemente, hasta que él se levantase para atraparlo por los tobillos con sus peludas garras. Y no se siente preparado para hacerlo solo, así que, toma en brazos a su fiel compañero de algodón, respira profundamente y se agacha con rapidez. Bajo la cama tampoco hay ningún peligro y se siente muy bien consigo mismo por haber sido capaz de mirar ahí debajo él solito. Bueno, no exactamente solo del todo, pero el haberlo hecho le gratifica.
Justo al terminar su infructuosa búsqueda, la tormenta vuelve a sacudir con fuerza y un poco de luz es capaz de penetrar, de nuevo, entre esas cuatro paredes.
Entonces Damien lo entiende y baja la persiana completamente.
Ha comprendido que los verdaderos monstruos se encuentran ahí fuera y que puede que no tengan garras ni tanto pelo, que igual no son tan distintos.
Todavía con su dinosaurio de peluche rodeado por su brazo izquierdo, se dirige al dormitorio de sus padres, que duermen a pesar de los monstruos, y baja la persiana.
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