Sudores de esos que te mojan las manos, de esos que van acompañados de temblores y algún que otro espasmo. Dudas. De esas que han tirado decisiones que se creían firmes y que han arrebatado andamios a esas que estaban por construir. Sonrisas que se crean con el único fin de tranquilizar a otra persona. Inseguridad. Sí, era eso: inseguridad. Miradas que recorrían la iglesia, los invitados, las flores, el altar; pero que no eran capaces de mirar a la persona que tenían enfrente. Todo aquello que habían preparado con tanta ilusión y que solo sería una fecha más para recordar, por un motivo o por otro. El ramo de flores oscilaba en sus manos suaves, ya que la ocasión lo merecía, adornadas con una fina manicura francesa. Pero, ¿la ocasión la merecía a ella también? Era esa la pregunta que no podía salir de su mente, camuflada en un recogido que estilizaba su cuello. Pareció tan segura cuando él se lo preguntó aquel día. Entonces ella no conocía el significado de la palabra duda. Pensó primero en ella, y por eso, algunos la tildaron de egoísta. Pensó que no sería justo para ella vivir una vida que, de momento, parecía que no iba a gustarle. Después, pensó en él. Pensó en cuánto le gustaba que deslizase la yema de sus dedos por su espalda para despertarla después de dormir abrazada a su piel. Pensó en los días de lluvia que habían pasado comiendo calorías en el salón delante de la televisión. Pensó en una escapada a una casa rural que él le regaló para su cumpleaños. Pensó en las veces que habían cogido el coche sin saber a dónde iban, porque el sitio no importaba si estaban ellos dos. Pensó en las tardes de cine y el día en el que le enseñó a jugar a los bolos, el día que se conocieron. Pero pensó también en el día que discutieron por primera vez, en las veces que se hablaron gritando, por muy pocas que fuesen, ella las recordaba todas. Pensó también en el día en el que casi vuelve a casa de sus padres. Pensó en las veces que ese amor le había hecho llorar.
De repente, todos los invitados se quedaron con la boca abierta. Ella dejó caer su ramo al suelo. Sus ojos, humedecidos, pudieron por fin mirar el rostro que la amaba. Vio la cara a la que había entregado sus tres últimos años. Pero algo cambió en ella. Su semblante se volvió serio. Miles de lágrimas emprendieron el abordaje a aquellos ojos. Una de ellas, la más valiente, se atrvió a caer, impactando sobre su corbata, dejando mancha. Ella se despojó de su vestido y de sus zapatos y de aquella vida a la que no le convenía estar atada.
Igual que aquella lágrima dejó mancha en su corbata, también lo hizo en su corazón.
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