Se lo creyó. Se lo creyó porque llegó a desearlo con cada rincón de su cuerpo, de su alma. Pensó que aquella batalla, en la que había volcado sus fuerzas, sus ganas de vivir, todas sus ilusiones, todo su diálgo, pensó que había terminado. Pero se equivocó, todavía no estaba escrito el punto y final, para su desgracia, para la desgracia de otros muchos. Había peleado para que se la reconociese, para que se reconociese a otras personas que estaban en su situación, pero pareció pelear en voz bajita, por las veces que le habían dicho que molestaba. Eso no la frenó. Sabía que ella podía ser igual que los demás, de hecho lo era, y contaba con el apoyo de personas que contradecían los prejucios que alimentan a esta sociedad. ¿Qué importaba si tenía más melanina en la piel que otras personas? ¿Qué hubiese pasado si hubiese tenido menos? "Si al fin y al cabo lo que vale está en el interior, ¿no?" se repetía una y otra vez para seguir buscando la igualdad, alimentada de ánimos, "y mi interior vale mucho, y quiero ofrecerle mi interior a la gente". Había soportado insultos que iban dirigidos a su piel de gente que no la conocía y que se hubiese arrepentido de hacerlo si hubiesen tenido la oportunidad de tratarla. Ella era de ascendencia sudafricana y nacida en España. Suena irónico decir que había nacido en el mismo lugar en el que lo habían hecho aquellas personas que se metían con ella. Se ganó el corazón de mucha gente que se molestó en conocerla, y la envidia de algunos que ni lo intentaron. Su carisma le abrió puertas que el racismo le cerró en varias ocasiones. Ni si quiera eso le arrebató las ganas de seguir luchando. Fue cuando vio en otra persona el racismo que ella había recibido cuando se derrumbó, cuando todo le pudo, cuando vio más muros, cuando su alma cayó hasta sus pies: cuando lo recibió su hija.
Pero a la vez esto la cargó de energía, era su hija, no quería que pasase por lo que ella ya había pasado.
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