viernes, 27 de julio de 2012

Quédate a dormir, que pasen treinta años antes de mañana.

Allí se encontraban los dos, entre el sonido de unos besos que habían callado demasiado, cerca del futuro que pasarían juntos y lejos de las veces que ocultaron sus sentimientos. Abrazos que no reflejaban amistad, sino ganas de quererse, de tenerse, de absorberse. Miradas que gritaban el amor que tanto tiempo había guardado silencio. Caricias que se transformaban en escalofríos. Sonrisas que no eran sonrisas, sino una explosión de complicidad, de ilusión y de ganas de parar el tiempo. Labios que no contemplaban la opción de separarse, y que, por fin, se fusionaron aquella noche.
Tras las manos va el resto de la piel.

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