No eran la pareja perfecta. Discutían a menudo. Rara vez estaban de acuerdo. Ni si quiera pegaban físicamente. Nadie apostaba por ellos. Lo que los demás no sabían es que a él le encantaba el olor del pelo de ella, le encantaba hacerla sonreír cuando lloraba después de haber discutido, le encantaba abrazarla cuando menos lo merecía, porque sabía que era cuando más lo necesitaba, le encantaba la forma en que ella le mordía la oreja para despertarlo los días que a él se le pegaban las sábanas, le encantaba sentir sus pasos atravesando el pasillo y de repente verla aparecer con su figura escasamente cubierta con un pijama que a él le parecía que sobraba, le encantaba cómo el Sol se posaba sobre su pelo, le encantaba que ella se pintase las uñas de rojo, le encantaba que dejase la marca del gloss sobre su cuello. Tampoco sabían que ella amaba los ojos profundos de él y esa forma de comerle con la mirada, amaba cómo le mordía los labios a mitad de un beso, amaba la manera en que él le acariciaba el pelo cuando ella apoyaba la cabeza sobre sus piernas, tumbada en el sofá, amaba cómo sin hacer ruido se presentaba detrás de ella y la rodeaba con aquellos brazos que ella tanto amaba, amaba cada discusión porque sabía que conllevaba una reconciliación, amaba usar sus sudaderas para dormir y el olor que estas dejaban en ella, amaba cómo poco a poco su espalda se iba ensanchando, amaba el olor de zumo de naranja recién exprimido que atravesaba la casa llegando al dormitorio algún que otro fin de semana que él se despertaba antes solo para verla dormir.
Pero, ¿sabéis qué? Que a ellos les daba igual todo esto, posiblemente si la gente no supiese esas cosas es porque nunca habían querido como lo hacían ellos.
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