Respira hondo, tan hondo que su pecho casi pacta una fusión con el comienzo de su largo cuello. Maquillaje que se desliza por el contorno de unas mejillas acostumbradas al roce de las lágrimas que lo impulsan. Luces que se desenfocan a causa del exceso de agua sobre su pupila. Titubeos que se asoman al precipicio de unos labios que están ocultados tras una mano que sujeta firmemente un pañuelo de papel teñido de negro del mismo tono que el rímel. Preguntas que ahora tienen respuesta después de haber vivido siempre a la sombra de la ignorancia. Un mechón de pelo que se deja llevar por el viento y que acaricia tímidamente su frente orientada hacia al suelo. Su canción favorita recorre el cable de los cascos que están conectados al móvil. Un paso inseguro es su única forma de viaje. ¿Equipaje? Unos pocos desengaños, pero que a la espalda pesan. Para. Se queda quieta en medio de la multitud que parece llegar tarde a una vida que no les hace felices. Esconde los puños en las mangas de su chaqueta y frota sus mejillas, agradece el calor de unas manos, aunque sean las suyas propias. Mira hacia su izquierda, ve un pequeño bar moderno. Entra. Se dirige a los baños. En el espejo, un reflejo que no debería permitirse andar por ahí sin sonrisa. Deshace el moño en el que estaba recogido su pelo castaño y ondulado. Saca un pequeño estuche de maquillaje que lleva en su mochila. Perfila sus ojos, algo de pintalabios y un poco de rosa para las mejillas. Se despoja de su chaqueta y de las penas que han sido recogidas en sus mangas, la dobla y la mete en la mochila. Coge algo de dinero y su móvil de un pequeño bolsillo. Sale del baño, dejando en él todo el peso con el que había cargado hasta entonces. Sonríe al salir a la calle. Hoy va a tomar de todo menos decisiones.
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