Lo miré como tantas otras veces había hecho.
Me recreé en ello buscando algo que lo salvase;
Esperanza buscaba algún recoveco sobre su piel para instalarse.
Pero entendí que así no sería.
Que su labio ya no respondía suspirando a mis suspiros,
que ya no había primavera, ni poesía.
Que ya no clavaba su pupila en mi pupila daltónica,
que yo ya no saciaba su curiosidad con un tú.
Que había enmudecido la lira,
falta de asuntos,
que ya solo desafinábamos,
y nos dañábamos los oídos.
Que si hubiese leído un poco,
sabría que de nada sirve
fingir risas que se desmienten
con los ojos.
Que Bécquer se había fugado,
con aquellas golondrinas que jamás volverían a nuestro balcón,
porque nunca estuvieron.
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